jueves, 19 de noviembre de 2009

Meet El Cacorro

Cacorro: aspersor de líquidos varios. Tez amarilla y altura limitada. Peso aproximado: 25 kilos.






No entendí el apodo de este útil hasta este fin de semana después de espacir tres cacorrados de EM al 5% en huerta y pilas de basura orgánica, a manera de experimento.


lunes, 9 de noviembre de 2009

Descubrimiento banal

Llegué el sábado casi a medianoche de Fuentedeoro, Meta con tres tesoros enmochilados: EM, semillas de estropajo y el estropajo mismo, tomado de la casa de un paisano que amablemente nos explicó el procedimiento para lavar el fruto del estropajo, sus usos, su altísimo valor comercial.



El EM es un caldo vivo de bacterias inventado por los japoneses pero fabricado en el Minuto de Dios para acelerar y mejorar el proceso de compostaje, proceso que aceleraremos y mejoraremos este puente con mi mamá, que llegó enérgica del exterior. Llegó también con una colección de semillas tomadas de tomates mexicanos amarillos, verdes y morados. Parece que el EM también se puede usar directamente sobre las hortalizas. Y también salva el alma (!)






Pero nada de esto merece el rótulo de “descubrimiento” (excepto el rollo de la teología de la ecología). Hallazgos, quizás. El descubrimiento ocurrió hace unos 8 minutos, mientras tomaba unas fotos pésimas de la quinua de mi terraza y de las albahaca-romero-yerbabuena adquiridas en la 24 con séptima: la huerta urbana se trabaja de noche y se riega de madrugada antes de salir a trabajar. (¿Y a qué horas se hace el puto blog?)








Mientras continúo el ajuste de la rutina, crecen a medias la lechuga y el tomate bogotano. La uchuva nada que germina (pero Juliana Descubrió, con D mayúscula, una mata de uchuva en su terraza) y la mora y curuba silvestre menos. En la finca, las leguminosas se han tomado todo y los pollos se siguen diezmando: ayer fetecuó un pollito en el aguacero torrencial.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Una nueva rutina

Hoy, después de comer, salí a la terraza a llenar con la manguera las tres regaderas adquiridas hace unas semanas. Ya hay huerta en Bogotá, cultivada con otras semillas de otras cosas más aptas para esta ciudad al parecer menos cálida que la finca. Enterradas en materas rectangulares y cuadradas, unas recicladas para la operación y otras compradas exclusivamente, reposan en estado de potencial germinación semillas de quinua, lechuga lisa, lechuga roja, tomate cachaco (semilla tomada clandestinamente de una huerta en Santa María de los Ángeles), mora y curuba montuna.

Empieza pues la etapa urbana de esta huerta, etapa plenamente natural ya que solo basta afinar la mirada a la forma particular que tienen las hojas y la disposición que adoptan para ver que en lotes sobre la circunvalar hay matas calabaza y tomates de árbol, que por el caño de la 74 hay decenas de matas de curuba enredadas en las copas de los árboles, que una casa abandonada en La Perseverancia se la tomó una monstruosa mata de curuba, que de un pino enorme en la 74, y a la altura de unos 5 metros sobre el cemento, cuelgan dos calabazas (o extraños zuchinis bulbosos) de unos dos kilos cada una, que la subida al monte por la quebrada de la Vieja está salpicada de arbustos de moras ácidas, que en un edificio de la 69 un genio dejó prosperar en una reja de unos diez metros de larga la curubitácea más prolija que haya soñado la Madre Passiflora, y que entre el jardín de una casa de la 80 así como en la terraza de una casa del Juan Pablo Segundo se dan los tomates y la quinua.

Bogotá se alimenta de los andenes y las tapias y sólo puedo sospechar que también se suple de bareta de los baldíos así como de remezcla de bazuco de las paredes. Incluida en esta suprema fantasía de autosuficiencia, arranco la semana con una nueva rutina, la de regar las maticas, que con el verano que se avecina, si no me aguzo velaré mis lechugas.





Nota: el gallinero ya casi está listo. Faltan las puertas y las gallinas. Gracias a los colaboradores: Pinti, Felipe, Blanca y José.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El cosechador de curubas

De día azota curubas con un palo de escoba en predios de Rosales y en las noches, cuando cae el sol, patea ñámpiras de la décima en la séptima. Bueno, aclaro. De día, con la ayuda de un pedazo de palo de escoba que encontramos botado en la acera, volviendo de una agradable caminata matutina por los cerros orientales que bendicen a nuestra gran urbe, Simón dio varios palazos certeros a unas curubas posadas sobre un altísimo árbol de la cuadra rosalinda en la que actualmente habitamos. Pasó que en la noche del mismo día, subiendo a un vehículo de transporte público de excesiva lata, fue atacado en su persona y la de su mujer por un tipo de dudosa reputación que fingiendo blandir un cuchillo se abalanzó y le rapó un libro de antropología que llevaba bajo su brazo derecho, subrayado ya y a medio leer. Defensor de la cultura, el saber y la cordura, le lanzó una patada en su humanidad, obligándolo a devolverle al autor del hogar el bien precioso. Mejor dicho, gracias a Simón y su capacidad de boliar palo y pata (porque le tocó saltar bastantico) tengo ahora más semillas de curuba silvestre y montuna, que ahora reposan en las aguas que les quitarán la pasa babosa y las dejarán, ojalá, germinar.






Gracias, Simon!

ps: Y este es el libro


Avances y desavances

La huerta recibe visitantes (y los visitantes parecen poco impresionados con los resultados)












Las arvejas azules prosperaron (para luego morir la muerte de la arveja cuando hace mucho sol y cae poca lluvia)

Las semillas de coca germinaron y los palos de jazmín rojo traído de Hawai también echaron hoja (y no canto victoria para no salar las matas)

Los fríjoles extraños, unos cafés rojos en vainas rojas y unos grises en vainas verdes de medio metro de longitud, dieron su primera cosecha (y lástima no haber sembrado más)

Y el gallinero móvil arrancó con ayuda de Pinti, Felipe, José y Beatriz Helena, la escritora en residencia (pero no hay fotos)

lunes, 17 de agosto de 2009

De vuelta a la huerta

La vuelta fue hace más, de hecho, hace una semana, pero fue una vuelta agitada, un fin de semana de lleno total en la finca donde continué con un combo diferente la rumba que había empezado semanas antes. Conclusión, a la huerta bajamos sólo para constatar que esta temporada de siembra está llegando a su fin: los tomates estaban un poco pasmados pero aún con frutos verdes y unas florecitas amarillas y peludas asomándose tímidamente en un par de matas. Las arvejas, que estaban más o menos bien antes de irme, estaban más o menos mal cuando llegué. (Hoy ya están perfectamente muertas) Compartimos cuatro arvejas entre cuatro personas (risible resultado) y me alegré al ver que las lechugas que transplanté antes de irme sí están creciendo. Como dice mi héroe neocampesino, Pollan,

“the garden is an unhappy place for the perfectionist. Too much stands beyond our control here, and the only thing we can absolutely count on is eventual catastrophe”.

Esta semana, en cambio, en silencio y calma, no he sabido qué hacer primero: ¿Armar el gallinero? ¿Recolectar mierda para el compost? ¿Leerme de una sentada Second Nature de Michael Pollan?¿Pelar los restos de bocashi para abonar las lechugas? ¿Recoger las plantas secas de arveja y plantar en su lugar semillas de esos frijolitos rojos que van tan bien? ¿Arrancar las matas de tomate muertas? ¿Semillero de granadilla?

Ganó Pollan. Yo soy yo: libro mata huerta.

Pero el libro ES sobre huertas, así que me siento justificada.

Por ejemplo, esta definición de una semilla:

“Recipes, instruction manuals, last testaments: by making seeds the plant condenses itself, or at least, everything it knows, into a form compact and durable enough to survive winter, a tightly sealed bottle of genetic memory dropped onto the ocean of the future”.

O este análisis de la cultura nortemaericana hecho desde una lectura sociológica y ecológica de los prados de las casas suburbanas:

“The American lawn is an egalitarian conceit, implying that there is no reason to hide behind the hedge or fence since we all occupy the same middle class. […] After my first season of lawn mowing, the Zen approach began to wear thin. […] I tired of the endless circuit, pushing the howling mower back and forth across the vast page of my yard, recopying the same green sentence over and over: ‘I am a conscientious homeowner. I share your middle-class values.’ Lawn care was gardening aimed at capturing ‘the admiration of the street’, a ritual consensus I did not have my heart in.”

Y varias definiciones de jardín y huerta (garden, en inglés, se usa para los dos tipos de sembrado):

“Gardening is a painstaking exploration of place; everything that happens in my garden—the thriving and dying of particular plants, the marauding of various insects and others pests—teaches me to know this patch of land more intimately, its geology and microclimate, the particular ecology of weeds and animals and insects. My garden prospers to the extent I grasp these particularities and adapt to them”. “Much of gardening is a return, an effort at recovering remembered landscapes.”

Pero esta reflexión (y la analogía) es mi favorita:

“As most gardeners will testify, the desire to make a garden is often followed by a desire to write down your experiences there—in a notebook, or a setter to a friend who gardens, or if, like me, you make your living by words, in a book. Writing and gardening, these two ways of rendering the world in rows, have a great deal in common.”

domingo, 26 de julio de 2009

La huerta en Sexiago Ferrari M(H)otel

Entonces, mientras las arvejas azules azules florecen y crecen, y mientras José riega, y la quinua que sembramos por segunda vez retoña, y la coca no se pasma, y las lechugas transplantadas cogen enjundia, mientras Junior sueña con mi retorno, y yo sueño con no soñar ni en ires ni venires, mientras todo eso pasa, acá en Austin, Texas, alojados en Sexiago Ferrari M(H)otelLina, Alejandro, María, Jason, Santiago, Catalina, Ender y todos los vecinos que van y vienen van y vienen, whisky en mano, cigarrillo en la otra y beben y beben y vuelven a beber…


lunes, 20 de julio de 2009

“lo mío no es mío si es solo mío, liberar y disolverme yo en el vacío” CT

Hace unas semanas en pleno taller de yoga en la finca tuve una revelación: las cenizas de los abuelos tienen que estar enterradas acá. Porque si yo me muero, pensaba, que me entierren en el jardín. Y entonces, si eso me parecía tan obvio, ¿por qué changos estaban ellos en un osario de una iglesia que nadie visita ni para funerales? La idea ya tiene dos votos importantes: el de mi mamá y el de mi hermano. Convencido mi tío y mis primos, se haría un osario (idea de mi mamá) en la capilla. También sería una buena excusa para reunir a toda la familia, incluidas las dos nuevas adquisiciones, Mariana y Helena, comer juntos y ver el paisaje.

Así que esa es una parte del plan; la otra es hacer el compost, armar huerta urbana y finalmente montar el gallinerito; hecho eso, y acabado el contrato de la BNC, planear una temporada acá y luego, pues luego.

Hoy recogí otra vuelta de tomates, y ya las noticias no son tan optimistas. Las primeras dos rondas salieron sanas, rojitas aunque un poco insípidas. Esta tercera ronda, de unos 10 tomates pequeños, pinta mal. Uno pequeñito y rojo estaba lleno de gusanos como los de la guayaba y el otro, verde y compacto, tenía un residente apetitoso para Pumba y nadie más. Quizás me vanaglorié mucho con mi tomatada. Además, me faltó continuar con el tratamiento de ortiga y hacer la receta mejorada que recomendó Andrés U.

Otra vez tocó sembrar la quinua pues lo que se transplantó no pelechó. El surtidor de agua no estaba cubriendo todas las esquinas de la huerta, entre ellas la esquinua. Las tres matitas de coca que trasplanté a unas bolsas individuales se ven igualitas a la semana pasada. En dos semanas, a la vuelta, sabré más, y seguro me pierda el punto perfecto de las arvejas azules, que ya están en flor y contrastan sus pétalos morados y fucsia intensos con el verde fresco de las hojas de la leguminosa y con las flores blancas de las arvejas vecinas. Otras ya tienen vainitas llenas de arvejas jugosas y muy dulces. Recogeré unas poquitas y el resto para Blanca y José.

Ah, también toca transplantar las lechugas, variedad Yugoslavian Red Butterhead (cortesía de Juliana G), sacar las que están ahí, que nunca pelecharon, abonar un poco, previa operación, y echarles la bendición. Esta huerta tiene mas fe que técnica. Pronto cambiara la relación.

Planta procesadora de semillas





Gracias Lina y Mauricio por las granadillas.

lunes, 6 de julio de 2009

La blogguerta urbana

En Nueva York y Chicago, cuenta un artículo del NYTtimes, está en boga tener huertas en terrazas y azoteas. El motivo: los jardines y huertas en los techos bajan la temperatura de los edificios en el verano, disminuyendo el consumo de energía de los aires acondicionados. Hay un movimiento de huertistas urbanos Green Roofs for a Healthy City (hay asociaciones también en México y Brasil), un restaurante en NY que vende comida cultivada en techos, hay gente que venden sus productos en la ciudad y otros que usan la huerta como actividad pedagógica.

En Ciudad Bolívar, Bogotá, existe un jardín urbano, el de la familia Mesa, que arrancó como parte de un proyecto financiado por la Fundación Corona. Trabajaban los cajones de vegetales madres de familia y de paso procuraban alimento para sus familias. El lote baldío donde tenían los jardines fue reclamado por alguien y de los cuatro cajones quedó uno en la azotea de la casa de los Mesa. Elizabeth y Nacho vivían en esa casa hasta hace una semana, y ahora están en el centro, felices de cambiar de ambiente, tristes de perder la mejor y más amplia vista que alguien pueda tener de esta ciudad: al fondo se ve la planicie de la sabana cubierta de gris; al frente, encajonado entre las montañas y regándose por su frente como pintura color burro-al-trote, se ve el barrio La Victoria; por detrás hay una cantera la hijueputa donde hace unos años había una montaña con árboles y un río de agua helada y limpia donde los vecinos iban a bañarse y a volar cometas; y al pie de la casa Mesa sólo se ve un mar de tejas de zinc, pisadas con ladrillos, llantas y piedras, y patios con gente colgando ropa .

El cajón de madera, que está ubicado debajo de ropa tendida en cuerdas, mide 2.5 x 1m. y está lleno de matas de quinua, excepto una solitaria mata de caléndula. Recogimos un poco de quinua y la limpiamos pacientemente entre los cuatro, mientras Nacho y Elizabeth nos hablaban a Joaquín y a mí sobre el atropello ecológico de Cemex y Holcim, las canteras que ahora rodean los barrios de por allá y el trabajo comunitario contaminado por la proyectitits (ya nadie mueve un dedo si no hay billete de por medio, billete que rueda por Ciudad Bolívar, donde la competencia por ong-dollars es fuerte).

Después de limpiar quinua (que generosamente nos regalaron, además de semillas de cilantro y lechuga), visitamos la biblioteca que Nacho dirige y en la que Elizabeth ha trabajado desde que tenía 9 años. Allá acaban de instalar un estudio de grabación con una consola, un Mac, micrófonos, audífonos y un estudio forrado de asilamiento casero, todo esto donado por un par de ingleses que prometieron, tras su estadía, instalar un campo de tejo en Londres. En la biblioteca también atienden cursos de aceleración para niños y jóvenes entre los 8 y los 15 que no han acabado la primaria o que no saben ni leer ni escribir.

No espero cambiar el mundo, dice Nacho, que va, pero ojalá influenciar así sea un poco a pelados que sólo cogen calle, que los papás ya no los apoyan y exigen que vuelvan a la casa por algo de plata, pelados que terminan muertos en las luchas territoriales de policías, paras y pandillas de a poquitos, de a uno o dos, no en masa como antes, porque se llama mucho la atención. La plaza enfrente de la biblioteca (que sólo tiene dos árboles; allá en Ciudad Bolívar no hay árboles) hay una escultura en metal diseñada por un amigo de Nacho para conmemorar la masacres de un grupo de jóvenes hace cerca de diez años.

Nos contó Elizabeth también de un grupo de mujeres en Usme que están sembrando champiñones en sus terrazas. No sólo eso, también las están distribuyendo en el mercado y están ganando plata. La quinua, como los champiñones, no la come nadie y nadie sabe de ella a pesar de sus propiedades alimenticias; es desconocida por la gente a pesar de ser un cultivo ancestral de los Andes rico en proteínas y supremamente productivo en relación con el espacio que ocupa. Por eso, en estos días una señora que la sabe preparar de muchas maneras dará un taller de usos culinarios de la quinua a los vecinos del barrio Juan Pablo II. Estamos invitados y comprometidos a cumplir con nuestra promesa de traer semillas a cambio de las que recibimos.
Queda entonces por arrancar la etapa urbana de la huerta, diversificar, gracias a la variedad de pisos térmicos la producción actual y sumarle uchuvas, moras, lechugas, cebolleta. Tocaría también construir una pérgola en la terraza del frente para la curuba, que ojalá se tome el edificio entero, como esa mata de curuba que crece loca en la quinta con treinta-y-pico en una casa semiabandonada. La cosecha ya está plena. La mata sale a borbotones por el techo de la casa y descuelga por la pared del lado, unos 2 metros, prometiendo decenas y decenas de curubas pintonas. Esa es la meta.






















domingo, 5 de julio de 2009

martes, 30 de junio de 2009

La huerta en Tinjacá: “Los neocampesinos” (PARTE II)

Mi peregrinaje personal por el neocampesinismo arrancó a principios del 2007 la tarde que Ramiro y yo echamos azadón a un lote de unos 10 metros por 6 contiguo a las pesebreras y cobijado por un enorme ocobo de los que florecen rosado un par de veces al año. (Y sembramos Monsanto…) Acabada la labor nos sentamos al borde del lote a ver la tierra revolcada y organizada en heras. Ramiro, que poco hablaba, me contó que cuando chiquito se comía las arvejas crudas porque sabían dulce. Yo me quité los guantes para evitar las ampollas y le propuse traer cerveza fría y un radio para la siguiente jornada. Al otro día colgué un juego de banderas tibetanas que tenía archivado en un cajón de un árbol para que cuidara la cosecha. Ramiro se rió con ese detalle netamente neocampesino un poco más que cuando le dije que los gusanos trozadores del maíz no los mataríamos con Lorvan sino a mano.

Ahora, el examen final y la ceremonia de grado de mi tardía iniciación en el neocampesinismo ocurrieron, respectivamente, en las noches del sábado y el domingo en la plaza de Tinjacá cuando se celebró una fiesta carraguera de alto turmequé. El sábado fuimos testigos, un nutrido grupo de bogotanos zona-chicó-norte amantes del azadón y unos nativos de Boyacá, de la presentación de un grupo de músicos de Bogotá: uno de rastas, otro con facha carranguera y físico de alemán extraviado en el trópico y dos más con sombreros de tela de verano y gafas lenin, un grupo por lo demás, talentoso y de gran swing carranguero. Los siguieron otros grupos buenos, más típicos. Esa noche agitamos las caderas modestamente con una cerveza en la mano y un cigarrillo en la otra. Más bien juiciosos asistentes al interesante festival.


Del tímido goce por una música colorida que nunca oiré en la soledad de mi ipod no quedó ni el recuerdo a la siguiente noche. Armados de una botella de Líder Sin Azúcar prontamente comenzamos a dar vueltas y volteretas con patalaleos y zapateos hasta que pasaron uno, dos, tres grupos y Velosa también! Difícil la vuelta a la finca, sin lugar a dudas por culpa de un baile de salsa que decidimos improvisar en la carretera frente a una bolsa plática, pero también por culpa de la azúcar del bajo líder de punto oscuro y remoto. Mal.


Pero, ¿qué es el neocampesinismo?

Una cosa fundamental, crucial y absoluta: el maridaje impúdico de un genuino pero filosófico amor por la tierra con una cierta incorregible sensibilidad urbana. Un hijo de ese ilícito matrimonio es este blog. Los otros hijos son los tomates 200% orgánicos (4 libras y media), libres de bichos, medianamente insípidos pero fogosamente rojos que produjeron las matitas de tomate sembradas como por no dejar la tarea sin hacer.


lunes, 22 de junio de 2009

La huerta en Tinjacá: “La fábrica” (PARTE I)

La familia Uribe, la encabezada por Andrés, tiene dos fincas por la zona de Tinjacá. En la primera, donde viven y duermen, hay una casa de adobe, techo de teja de barro y entramados de caña brava rodeada de árboles de feijoa, naranja, guayaba, sauco, pino y bordeada por una quebrada que suena en su fondo de piedras. Desde el poco privado pero fantástico baño entre el monte se oye bien el río y se ve mejor el monte. Los desayunos y almuerzos (sopa de mute, fríjoles, arepas de maíz amarillo, queso fresco de Ubaté, chocolate, mantecada, moneditas doradas de patacón salado, jugo de naranja, tinto, mermelada casera de fresa, dulce de naranja) los tomamos en una mesa de madera cubierta de un toldo blanco y de genial ensamblaje.

La otra finca es donde está la fábrica de mermeladas y encurtidos El Robledal, productos con los que este brazo de la familia Uribe se ha hecho merecida fama. La casa de esta finca es de finales del siglo XIX, tiene forma de L, techo de teja de barro, columnas de madera azules, paredes blanqueadas y en los muros, incrustados en dos frentes distintos, unas lozas pintadas a mano. Andrés me hizo el tour cuando fue a llevar un par de bultos de naranja y dos talegas de limones verdes. En la casa, entramos primero a la bodega, gran lugar para tener en cuenta el día de holocausto atómico o en caso de pandemia porcina porque está repleta de los emblemáticos frascos de tapa dorada y etiqueta en papel craft con mermeladas de agraz, melocotón, mandarina, mora, naranja, uchuva y encurtidos de tomates secos, aceitunas, palmitos, corazones de alcachofa y chiles ahumados. Pasamos también por la cocina donde trabajan seis mujeres en la preparación de mermeladas y encurtidos.

El interés primordial de la visita, además de conocer las entrañas de LA FABRICA! (y sentir de vuelta la estúpida e inocente fascinación que nos invadió con Jason cuando nos llevaron a un islote en los esteros de Kerala, India, a ver cómo convertían la fibra que protege al coco en pita, y a ver de paso cómo embobar a sofisticados cosmopolitas con una rueca y un poco de yute), era ver el cultivo (donde Andrés tiene una variedad de papa típica de la zona al parecer muy extraña) y la pila de compost. Claro, y extraer el secreto del tomate orgánico (ya tengo la receta del purín de ortiga, por ejemplo). Ahora, que uno se emocione viendo una pila de mierda, se maraville metiendo la mano entre el morro de tierra hirviendo (efectivamente, como dijo Andrés, se podría cocinar un huevo dentro de esa pila de tierra en actividad) y admire el olor de la tierra y el del caldo mineral (caldo que Andrés llama Súper 4 pero que en la sobremesa fue bautizado por Antonio como Caldo Supersona) es signo de transformación huertil. Súmele a esa emoción, el ir recogiendo piecitos y semillas (por cierto, dos semillas de coca traídas de San Juan de Arama ya germinaron), considerar seriamente que es un plan maravilloso ese de intercambiar semillas.

A la casa volvimos en un Rover gris viejo (todos lo Uribe parecen tener uno) y una camioneta a almorzar. Por la tarde saldríamos al pueblo de Tinjacá al Segundo Convite de Arte Y Música Campesina Cuna Carranguera 2009, dos días de conciertos, bailes, comida no tan buena, cerveza, guaro y Velosa, papá de la carranga y héroe nacional.

Nota 1:

El camino que lleva a Tinjacá por el desvío de Capellanía es largo y destapado. (Foto de la Torre de Pisa

En algunas partes, la carretera está cubierta por un bosque de sauces; desde un altico se ve la laguna de Ubaté, los cerros de piedra de Sutatausa, campos verdes con vacas Holstein felices en su vacuno rumiar. Contaban Joaquín y su prima Gabriela, mientras señalaban en los montes de la zona los robledales, de los hábitos del agraz, planta que sólo se da silvestre y que al parecer llaman “el oro de los campesinos”. No se reproduce en cautiverio y sólo en el monte crece, el agraz es una fruta de convicciones. )


A continuación...

La huerta en Tinjacá: “Los neocampesinos” (PARTE II)

La huerta en Tinjacá: “Carrangomeliando con Velosa y otros tesos en el Segundo Convite Campesino” (PARTE III)

Alerta tomate



Los tomates siguen creciendo al parecer sanos y libres de toda mancha. Las arvejas y extraños frijolitos que llegaron de USA, cortesía de Juliana G, van creciendo como por tarea, al parecer contentos de la tierra que en suerte les tocó. El maíz que José sembró de contrabando floreció. Las mazorquitas vienen en camino, al parecer, libres del cochino gusano trozador.

(Fotos tomadas el 15 de junio por la mañana)

sábado, 13 de junio de 2009

Si esto no es poesía burocrática, yo no sé qué es

Cabida y linderos:

Totalidad del inmueble llamado El Antojo, con dos casas de habitación, su capilla, su casa para mayordomo y todas sus demás mejoras, ubicado en el corregimiento de Santandercito, jurisdicción principal de San Antonio de Tena, con extensión o cabida aproximada de 4 fanegadas, 8.630 v2, alinderado así: Partiendo de la bifurcación de la carretera de El Chuscal, por todo el camino carreteable, llamado Buenavista, cerrada con cerca de piedra y teniendo dicho camino de por medio con finca llamada San Miguel de propiedad de Bernando Bermúdez hasta alcanzar una cerca de alambre donde comienza el terreno llamado El Obsequio de Miguel Caucali, hoy de Julio Samper ortega, de este cerca de dicha dirección de occidente a oriente, lindando con el mentado terreno El Obsequio, hasta encontrar un arroyo, volviendo por el cause del arroyo, este por medio con tierras de la finca llamadas de propiedad de Bernardo Botero, hasta encontrar una piedra que da contra la pesebrera de El Antojo, y de esta cerca de piedra en adelante, en línea más o menos recta y lindando con las tierras de Jacarandá, hasta encontrar la carretera que entrada a esta finca de propiedad del citado señor Botero, de esta carretera hacia el norte, bordeada a todo lo largo con cerca de piedra, hasta volver a la bifurcación de la carretera El Chacal, punto de partida.

(Certificado de tradición expedido en La Mesa)

my j alfred prufrock month of the year

And indeed there will be time

For the yellow smoke that slides along the street,

Rubbing its back upon the window-panes; 25

There will be time, there will be time

To prepare a face to meet the faces that you meet;

There will be time to murder and create,

And time for all the works and days of hands

That lift and drop a question on your plate;

Time for you and time for me,

And time yet for a hundred indecisions,

And for a hundred visions and revisions,

Before the taking of a toast and tea.

In the room the women come and go

Talking of Michelangelo.

And indeed there will be time

To wonder, “Do I dare?” and, “Do I dare?”

Time to turn back and descend the stair,

With a bald spot in the middle of my hair—

[They will say: “How his hair is growing thin!”]

My morning coat, my collar mounting firmly to the chin,

My necktie rich and modest, but asserted by a simple pin—

[They will say: “But how his arms and legs are thin!”]

Do I dare 45

Disturb the universe?

In a minute there is time

For decisions and revisions which a minute will reverse.

For I have known them all already, known them all:—

Have known the evenings, mornings, afternoons,

I have measured out my life with coffee spoons;

I know the voices dying with a dying fall

Beneath the music from a farther room.

So how should I presume?



martes, 26 de mayo de 2009

La huerta de paseo

Técnicamente la huerta NO se fue de paseo, para los que tenían dudas, mas sí la que desyerba la huerta y documenta sus verdes vaivenes. El paseo tuvo dos escalas, la primera laboral (Colimba) y la segunda no tanto (Cali).


En el resguardo de Colimba, Nariño, hicimos el tercer taller de un proyecto de la Biblioteca Nacional en el que ando trabajando. Además de pagar dos visitas a dos mujeres doctas en la medicina tradicional indígena (existe, por ejemplo, un mal que llaman “el espanto” y le da a los bebés cuando se caen y el “mal aire” que se manifiesta con pereza, cansancio, pesadillas y mala digestión), recibí de manos de Elizabeth, la nueva bibliotecaria de Colimba una bolsa de dos tubérculos absolutamente desconocidos y muy parecidos a los cubios: uyuco y oca. Pronto estarán bajo tierra en la terraza de Bogotá, donde creacen por ahora y sin mucho éxito unas matitas de cilantro, tomate, menta y tomillo, a manera netamente experimental.


También hicimos parada técnica-turística donde encontré, además de una llama con sombrero mexicano, una placa de agradecimiento a la Virgen del generalísimo Rojas Pinilla y una oveja de dos cabezas en el museo religioso (!)








En Cali, además de sazonar el estómago con frituras y tragos y hierbas, recogí dos especimenes de enredaderas que ya están en vías de reproducción y unas citas de In Defense of Food, de Michael Pollan, muy pero muy apropiadas para el ejercicio que es la huerta y su encarnación virtual:

“Food reclaims its store, and some of its nobility, when the person who grew it hands it to you. [...] Shake the hand that feeds you.” MP

“Eating with the fullest pleasure—pleasure, that is, that does not depend on ignorance—is perhaps the profoundest enactment of our connection with the world. In this pleasure we experience and celebrate our dependence and our gratitude, for we are living from mystery, from creatures we did not make and powers we cannot comprehend.” Wendell Berry

“By breaking the links among local soils, local foods, and local peoples, the industrial food system disrupted the circular flow of nutrients through the food chain. [...] Food consists not just in piles of chemicals; it also comprises a set of social and ecological relationships, reaching back to the land and outward to other people.” MP

 

domingo, 17 de mayo de 2009

El huevo y la gallina

Pedro y Linda me dieron hace una semana la más memorable lección sobre gallinas ponedoras criollas. Tan memorable, que cuando la repetí frente a Blanca, ella aprobó (y complementó) el conocimiento impartido en la cocina del hotel. Estaba también en la cocina del hotel el nuevo ayudante de cocina, espectador silencioso del intercambio entre Pedro y Linda, quienes pasaron su infancia en el campo y me dieron todas las explicaciones para criar gallinas ponedoras orgánicas, las cuales enumero para facilidad lectoril (y escritoril, ya que son las 10:39 p.m. y debería estar haciendo otra cosa distinta a pensar en los huevos del gallo y la gallina):

1. Hay que tener unas gallinas en edad de poner y otras cuantas más jóvenes para que no se acabe la ponedera cuando las más viejas se enculequen. Para que las gallinas no se pongan nerviosas o se distraigan mucho, ponerles un gallo es lo más aconsejable.

2. Una gallina culeca (y esto va en contravía del dicho que yo conocía) es la que se queda quietita en el nido con ganas de empollar huevitos. Cuando esto pasa…

3. …se ponen unos diez a doce huevos fertilizados debajo de la gallina (según Blanca, el número de huevos tiene que ser impar) para que la gallinita los empolle.

4. Es de vital importancia poner un aro de metal alrededor de los huevos para que no se truenen, esto quiere decir que cuando hay tormenta eléctrica algo en el aire hace que los pollitos en gestación perezcan. Esto también lo confirmó Blanca.

5. Los huevos empollados que no nacen se les dicen guerados o chuchos. Pedro y Linda opinan que estos huevos son muy buenos para curar la anemia. Blanca, por el contrario,  casi se guasquea de pensar en el remedio.  

6. Más importante aún es no dejar que la gallina, por buscar comida lejos del nido, deje enfriar los huevitos y estos se mueran.

7. Cuando nazcan los pollitos, es de vital importancia no mirarlos y mucho menos tocarlos. De lo contrario, la gallina mata a su cría. Lo que se llama entecar al animalito. (Pasó hace muchos años en la finca vecina que una cabra dio una cría de dos y ambas se las manyó. Cuando esto yo debía tener unos ocho años y quizás leí el evento como un signo más de que el carro se nos iba a ir por el hueco del Salto del Tequendama, una no muy sana obsesión que me llevó, desde muy joven y por varios años, a hacer hechizos imaginario con hierbas y encantos para salvaguardar a la familia de la tragedia.)

8. Para que las gallinas que sí están poniendo se acostumbren a dejar su huevo diario en el lugar indicado se deja un huevo vacío en el nido. También, según Blanca, se puede poner un pinpón.

-Para las gallinas que andan sueltas: espiar cuidadosamente a las gallinas que ponen por fuera del corralito. Para encontrar los huevos (y presiento que de acá nace la tradición de los huevos de pascua), hay que encerrar las gallinas hasta que tengan ganas de ir al nido y seguirlas con muchas cautela. Claro que si ven que uno las sigue, se hacen las bobas y empiezan a arañar el suelo y a comer gusanos hasta que uno se voltea y zas!, corren al nido. Motivo por el cual, cuenta Pedro, su técnica predilecta consiste en treparse a un árbol para espiar desde las cumbres más leñosas los caminos secretos de las gallinas renegadas.

-Remdios: agua de sauco y limón en el bebedero para prevenir la gripe; limpiar el bebedero y el corralito cada 3 días para evitar enfermedades; darles un diente de ajo molido para la diarrea.  

-La anécdota de la gallina pródiga: cuenta Pedro la historia de una gallina que desapareció. O se había escapado, o se la había comido el runcho o el dos patas. Lo cierto es que ni más se supo de la gallinita. Su mamá y él ya la daban por perdida cuando volvió caminando así—Pedro  entonces abre las piernas un poco, las flexiona levemente, saca pecho y le da la vuelta a la estufa, absolutamente cagado de la risa. Traía detrás, lo más orgullosa, catorce pollitos. Quién sabe que les dio de comer, pero volvió con todos sus pollitos. 

Los vegetales informan

Es mayo 17 y las noticias de la huerta vienen pintadas de alegre verde, flores que presagian más frutos y un nuevo vecindario vegetal. Las habichuelas, en su primerísimo vuelta, rindieron 1.5 kilos de largas, jugosas y dulces vainas. Falta aun mucho por recoger de solamente seis plantas, pues unas se alzan hasta dos metros de altura, coloreadas todavía con flores blancas de centro amarillo, mientras las más atrasadas auguran la extensión de la cosecha por muchas más semanas.



Mis tomates, José concedió, están mejores que los de él, menos altos y con más frutos. Se ven sanos (aunque aún no canto victoria) y muchos brotes peludos de flores delicadamente amarillas anuncian la venida de más tomates verdes y brillantes. Hoy repetí la dosis de ortiga y heliconia, pues al menos daño no han hecho.

El cilantro, José también concedió en este punto, está arbustoide, casi, y mejor que el suyo. Las plantas de alzan airosas y están tan llenas de flor que parece que no volveremos a comprar semilla. Al menos ese es el plan, poder tener un permanente parche de cilantro para la cocina.

Por otro lado, una tercera y nueva cama fue añadida hoy, con la invaluable ayuda de José. Después de una no muy prolongada sesión de azadón, armamos tres largas heras, donde sembramos las seis variedades de fríjoles y arvejas enviadas por Juliana desde NYC: Tall sugar snap pea, Big red ripper southern pea, Mammoth melting show pea, Blue capuchina pea, Green pod asparagus pea, Oregon sugar pod pea. Ojalá las plantas sean tan bellas como sus nombres.