domingo, 26 de julio de 2009

La huerta en Sexiago Ferrari M(H)otel

Entonces, mientras las arvejas azules azules florecen y crecen, y mientras José riega, y la quinua que sembramos por segunda vez retoña, y la coca no se pasma, y las lechugas transplantadas cogen enjundia, mientras Junior sueña con mi retorno, y yo sueño con no soñar ni en ires ni venires, mientras todo eso pasa, acá en Austin, Texas, alojados en Sexiago Ferrari M(H)otelLina, Alejandro, María, Jason, Santiago, Catalina, Ender y todos los vecinos que van y vienen van y vienen, whisky en mano, cigarrillo en la otra y beben y beben y vuelven a beber…


lunes, 20 de julio de 2009

“lo mío no es mío si es solo mío, liberar y disolverme yo en el vacío” CT

Hace unas semanas en pleno taller de yoga en la finca tuve una revelación: las cenizas de los abuelos tienen que estar enterradas acá. Porque si yo me muero, pensaba, que me entierren en el jardín. Y entonces, si eso me parecía tan obvio, ¿por qué changos estaban ellos en un osario de una iglesia que nadie visita ni para funerales? La idea ya tiene dos votos importantes: el de mi mamá y el de mi hermano. Convencido mi tío y mis primos, se haría un osario (idea de mi mamá) en la capilla. También sería una buena excusa para reunir a toda la familia, incluidas las dos nuevas adquisiciones, Mariana y Helena, comer juntos y ver el paisaje.

Así que esa es una parte del plan; la otra es hacer el compost, armar huerta urbana y finalmente montar el gallinerito; hecho eso, y acabado el contrato de la BNC, planear una temporada acá y luego, pues luego.

Hoy recogí otra vuelta de tomates, y ya las noticias no son tan optimistas. Las primeras dos rondas salieron sanas, rojitas aunque un poco insípidas. Esta tercera ronda, de unos 10 tomates pequeños, pinta mal. Uno pequeñito y rojo estaba lleno de gusanos como los de la guayaba y el otro, verde y compacto, tenía un residente apetitoso para Pumba y nadie más. Quizás me vanaglorié mucho con mi tomatada. Además, me faltó continuar con el tratamiento de ortiga y hacer la receta mejorada que recomendó Andrés U.

Otra vez tocó sembrar la quinua pues lo que se transplantó no pelechó. El surtidor de agua no estaba cubriendo todas las esquinas de la huerta, entre ellas la esquinua. Las tres matitas de coca que trasplanté a unas bolsas individuales se ven igualitas a la semana pasada. En dos semanas, a la vuelta, sabré más, y seguro me pierda el punto perfecto de las arvejas azules, que ya están en flor y contrastan sus pétalos morados y fucsia intensos con el verde fresco de las hojas de la leguminosa y con las flores blancas de las arvejas vecinas. Otras ya tienen vainitas llenas de arvejas jugosas y muy dulces. Recogeré unas poquitas y el resto para Blanca y José.

Ah, también toca transplantar las lechugas, variedad Yugoslavian Red Butterhead (cortesía de Juliana G), sacar las que están ahí, que nunca pelecharon, abonar un poco, previa operación, y echarles la bendición. Esta huerta tiene mas fe que técnica. Pronto cambiara la relación.

Planta procesadora de semillas





Gracias Lina y Mauricio por las granadillas.

lunes, 6 de julio de 2009

La blogguerta urbana

En Nueva York y Chicago, cuenta un artículo del NYTtimes, está en boga tener huertas en terrazas y azoteas. El motivo: los jardines y huertas en los techos bajan la temperatura de los edificios en el verano, disminuyendo el consumo de energía de los aires acondicionados. Hay un movimiento de huertistas urbanos Green Roofs for a Healthy City (hay asociaciones también en México y Brasil), un restaurante en NY que vende comida cultivada en techos, hay gente que venden sus productos en la ciudad y otros que usan la huerta como actividad pedagógica.

En Ciudad Bolívar, Bogotá, existe un jardín urbano, el de la familia Mesa, que arrancó como parte de un proyecto financiado por la Fundación Corona. Trabajaban los cajones de vegetales madres de familia y de paso procuraban alimento para sus familias. El lote baldío donde tenían los jardines fue reclamado por alguien y de los cuatro cajones quedó uno en la azotea de la casa de los Mesa. Elizabeth y Nacho vivían en esa casa hasta hace una semana, y ahora están en el centro, felices de cambiar de ambiente, tristes de perder la mejor y más amplia vista que alguien pueda tener de esta ciudad: al fondo se ve la planicie de la sabana cubierta de gris; al frente, encajonado entre las montañas y regándose por su frente como pintura color burro-al-trote, se ve el barrio La Victoria; por detrás hay una cantera la hijueputa donde hace unos años había una montaña con árboles y un río de agua helada y limpia donde los vecinos iban a bañarse y a volar cometas; y al pie de la casa Mesa sólo se ve un mar de tejas de zinc, pisadas con ladrillos, llantas y piedras, y patios con gente colgando ropa .

El cajón de madera, que está ubicado debajo de ropa tendida en cuerdas, mide 2.5 x 1m. y está lleno de matas de quinua, excepto una solitaria mata de caléndula. Recogimos un poco de quinua y la limpiamos pacientemente entre los cuatro, mientras Nacho y Elizabeth nos hablaban a Joaquín y a mí sobre el atropello ecológico de Cemex y Holcim, las canteras que ahora rodean los barrios de por allá y el trabajo comunitario contaminado por la proyectitits (ya nadie mueve un dedo si no hay billete de por medio, billete que rueda por Ciudad Bolívar, donde la competencia por ong-dollars es fuerte).

Después de limpiar quinua (que generosamente nos regalaron, además de semillas de cilantro y lechuga), visitamos la biblioteca que Nacho dirige y en la que Elizabeth ha trabajado desde que tenía 9 años. Allá acaban de instalar un estudio de grabación con una consola, un Mac, micrófonos, audífonos y un estudio forrado de asilamiento casero, todo esto donado por un par de ingleses que prometieron, tras su estadía, instalar un campo de tejo en Londres. En la biblioteca también atienden cursos de aceleración para niños y jóvenes entre los 8 y los 15 que no han acabado la primaria o que no saben ni leer ni escribir.

No espero cambiar el mundo, dice Nacho, que va, pero ojalá influenciar así sea un poco a pelados que sólo cogen calle, que los papás ya no los apoyan y exigen que vuelvan a la casa por algo de plata, pelados que terminan muertos en las luchas territoriales de policías, paras y pandillas de a poquitos, de a uno o dos, no en masa como antes, porque se llama mucho la atención. La plaza enfrente de la biblioteca (que sólo tiene dos árboles; allá en Ciudad Bolívar no hay árboles) hay una escultura en metal diseñada por un amigo de Nacho para conmemorar la masacres de un grupo de jóvenes hace cerca de diez años.

Nos contó Elizabeth también de un grupo de mujeres en Usme que están sembrando champiñones en sus terrazas. No sólo eso, también las están distribuyendo en el mercado y están ganando plata. La quinua, como los champiñones, no la come nadie y nadie sabe de ella a pesar de sus propiedades alimenticias; es desconocida por la gente a pesar de ser un cultivo ancestral de los Andes rico en proteínas y supremamente productivo en relación con el espacio que ocupa. Por eso, en estos días una señora que la sabe preparar de muchas maneras dará un taller de usos culinarios de la quinua a los vecinos del barrio Juan Pablo II. Estamos invitados y comprometidos a cumplir con nuestra promesa de traer semillas a cambio de las que recibimos.
Queda entonces por arrancar la etapa urbana de la huerta, diversificar, gracias a la variedad de pisos térmicos la producción actual y sumarle uchuvas, moras, lechugas, cebolleta. Tocaría también construir una pérgola en la terraza del frente para la curuba, que ojalá se tome el edificio entero, como esa mata de curuba que crece loca en la quinta con treinta-y-pico en una casa semiabandonada. La cosecha ya está plena. La mata sale a borbotones por el techo de la casa y descuelga por la pared del lado, unos 2 metros, prometiendo decenas y decenas de curubas pintonas. Esa es la meta.






















domingo, 5 de julio de 2009