La familia Uribe, la encabezada por Andrés, tiene dos fincas por la zona de Tinjacá. En la primera, donde viven y duermen, hay una casa de adobe, techo de teja de barro y entramados de caña brava rodeada de árboles de feijoa, naranja, guayaba, sauco, pino y bordeada por una quebrada que suena en su fondo de piedras. Desde el poco privado pero fantástico baño entre el monte se oye bien el río y se ve mejor el monte. Los desayunos y almuerzos (sopa de mute, fríjoles, arepas de maíz amarillo, queso fresco de Ubaté, chocolate, mantecada, moneditas doradas de patacón salado, jugo de naranja, tinto, mermelada casera de fresa, dulce de naranja) los tomamos en una mesa de madera cubierta de un toldo blanco y de genial ensamblaje.
La otra finca es donde está la fábrica de mermeladas y encurtidos El Robledal, productos con los que este brazo de la familia Uribe se ha hecho merecida fama. La casa de esta finca es de finales del siglo XIX, tiene forma de L, techo de teja de barro, columnas de madera azules, paredes blanqueadas y en los muros, incrustados en dos frentes distintos, unas lozas pintadas a mano. Andrés me hizo el tour cuando fue a llevar un par de bultos de naranja y dos talegas de limones verdes. En la casa, entramos primero a la bodega, gran lugar para tener en cuenta el día de holocausto atómico o en caso de pandemia porcina porque está repleta de los emblemáticos frascos de tapa dorada y etiqueta en papel craft con mermeladas de agraz, melocotón, mandarina, mora, naranja, uchuva y encurtidos de tomates secos, aceitunas, palmitos, corazones de alcachofa y chiles ahumados. Pasamos también por la cocina donde trabajan seis mujeres en la preparación de mermeladas y encurtidos.
El interés primordial de la visita, además de conocer las entrañas de LA FABRICA! (y sentir de vuelta la estúpida e inocente fascinación que nos invadió con Jason cuando nos llevaron a un islote en los esteros de Kerala, India, a ver cómo convertían la fibra que protege al coco en pita, y a ver de paso cómo embobar a sofisticados cosmopolitas con una rueca y un poco de yute), era ver el cultivo (donde Andrés tiene una variedad de papa típica de la zona al parecer muy extraña) y la pila de compost. Claro, y extraer el secreto del tomate orgánico (ya tengo la receta del purín de ortiga, por ejemplo). Ahora, que uno se emocione viendo una pila de mierda, se maraville metiendo la mano entre el morro de tierra hirviendo (efectivamente, como dijo Andrés, se podría cocinar un huevo dentro de esa pila de tierra en actividad) y admire el olor de la tierra y el del caldo mineral (caldo que Andrés llama Súper 4 pero que en la sobremesa fue bautizado por Antonio como Caldo Supersona) es signo de transformación huertil. Súmele a esa emoción, el ir recogiendo piecitos y semillas (por cierto, dos semillas de coca traídas de San Juan de Arama ya germinaron), considerar seriamente que es un plan maravilloso ese de intercambiar semillas.
A la casa volvimos en un Rover gris viejo (todos lo Uribe parecen tener uno) y una camioneta a almorzar. Por la tarde saldríamos al pueblo de Tinjacá al Segundo Convite de Arte Y Música Campesina Cuna Carranguera 2009, dos días de conciertos, bailes, comida no tan buena, cerveza, guaro y Velosa, papá de la carranga y héroe nacional.
Nota 1:
El camino que lleva a Tinjacá por el desvío de Capellanía es largo y destapado. (Foto de la Torre de Pisa
En algunas partes, la carretera está cubierta por un bosque de sauces; desde un altico se ve la laguna de Ubaté, los cerros de piedra de Sutatausa, campos verdes con vacas Holstein felices en su vacuno rumiar. Contaban Joaquín y su prima Gabriela, mientras señalaban en los montes de la zona los robledales, de los hábitos del agraz, planta que sólo se da silvestre y que al parecer llaman “el oro de los campesinos”. No se reproduce en cautiverio y sólo en el monte crece, el agraz es una fruta de convicciones. )
A continuación...
La huerta en Tinjacá: “Los neocampesinos” (PARTE II)
La huerta en Tinjacá: “Carrangomeliando con Velosa y otros tesos en el Segundo Convite Campesino” (PARTE III)